
Y, ¿Qué hay en mi pieza? Una guitarra,
la cual ahonda las yagas del dolor y saca a relucir el poco goce por el amor al
prójimo que en mi pueda habitar, un televisor adiestrado a reproducir canciones
clásicas (que se pierden ante el carácter clásico que cada día adopta con mas
fuerza himnos como wachiturros, reggetones o locas canciones orientales), y me
hace recordar latentes los inmortales de los que me habló Haller: Mozart,
Beethoven, Haendel, Chopin y Vivaldi (entre muchos!), además entrega un ritmo
de otro siglo a mis lecturas y apasiona mi estudio de Hesse y el Lobo
Estepario. Por último y exceptuando camas, escritorios, sillas y cigarrillos,
habitan un puñado de libros, quiero más (lo admito) a aquellos que me provocan
conocidos pero no menos raros síndromes, como La Nausea sartreana, el suicidio mímico
de Werther o la neurosis post-guerra, el Werther tan contingente y trascendente
porque el amor, en esencia, no ha cambiado (a mi juicio). Estos se miden
constantemente en batalla con el amor y odio que me representa a veces
magistrales escritos (no menos tediosos) de los padres de la filosofía como uno
que otro griego, pasando por Diógenes y Antístenes, Lucrecio, Sexto Empírico;
hasta otras nuevas críticas de la razón pura e instrumentales a la postre, sin exceptuar
el Anticristo, algo de Schopenhauer y, no hablar de Hegel!
Pero no pretendía hablar de libros, pretendía
hacer una apología hoy de este asco que siento, siempre llego a lo mismo, nunca
puedo traducir el sudor, el frio y el dolor, el ese tenue tiritar en palabras,
¿Quizá no existan palabras para describirlos?
Ahora el tiritón decreció en mi
mano, creo que adopta un carácter falas dar palabras a este sentir, tal ves
esta guitarra, esta voz y esos besos que nunca osarás en sentir te pueden
explicar y hasta hacer vivir un poquito de este dolor que en cada momento me
parece mas placentero.
Súbitamente terminaré estas
palabras, una espada inició el recorrido hacia mi indeseable garganta.
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